A 80 años del inicio de la ofensiva nazi sobre la Unión Soviética, la Gran Guerra Patria de Rusia

(Por Martín Piqué) Este martes se cumplirán 80 años del inicio de la invasión de la Unión Soviética por parte de las tropas nazis, que comenzó el 22 de junio de 1941, ofensiva de exterminio a la que el dictador Adolf Hitler bautizó «operación Barbarroja» y que pensaba tener resuelta en seis semanas, pero que terminó cuatro años después con el Ejército Rojo en las calles del Berlín con un costo bestial en vidas humanas, el mayor de la historia de la humanidad.

Por la inmensidad de las fuerzas en pugna y por el asesinato en masa de los judíos en los territorios que iban ocupando los nazis, el frente oriental es descripto como una confrontación absoluta y sin límite, motorizada por objetivos económicos y también por los planes de Hitler de destruir a la URSS y aniquilar o esclavizar a su población, a la que consideraba «sub-humana» («untermenschen»), en la búsqueda de espacios y recursos para la expansión alemana.

Para quienes habitaban en las regiones occidentales de la Unión Soviética, la invasión de 3 millones de soldados del Eje de distintas nacionalidades -la gran mayoría alemanes, pero también rumanos, italianos, búlgaros, húngaros, españoles, como de algunos países bálticos- se convirtió en una cruzada individual y colectiva por la defensa de la Madre Rusia y la sobrevivencia personal.

La invasión, con un costo de 27 millones de muertos sólo en la Unión Soviética entre militares y civiles, se encontró con la resistencia masiva y el sacrificio de toda una sociedad, más el famoso «general invierno» (los efectos de las temperaturas 30 grados bajo cero) que había sufrido Napoleón un siglo antes y el sostenimiento de la capacidad industrial de Rusia detrás de los montes Urales.

Consultados por Télam, cuatro especialistas que estudiaron la Gran Guerra Patriótica, como los rusos siguen llamando a la victoria sobre el régimen de Hitler, repasaron los aspectos fundamentales del conflicto que terminó con millones de vidas y mostró la crueldad extrema de la deshumanización, una gesta traumática que supieron contar escritores como el fallecido Vasili Grossman («Vida y destino») o la bielorrusa Svetlana Alexievich («La guerra no tiene rostro de mujer»).

El general (RE) y exembajador Martín Balza, quien siendo jefe del Ejército pidió perdón por los crímenes imprescriptibles del terrorismo de Estado, estudió la ofensiva de la Alemania nazi siendo un cadete del Colegio Militar, a sus 19 años, y luego en la Escuela Superior de Guerra.

«El monstruo maniático de Hitler se metió, a contrapelo de la historia y de todos los informes que le daban sus generales, con su sueño hacia el este, y ahí se encontró con que la defensa de Rusia estaba en su geografía: en los grandes espacios y las profundidades de la Unión Soviética», arrancó Balza en diálogo con esta agencia.

Y luego se refirió a la dimensión -imposible de cuantificar- de la tragedia, y en ese sentido recordó que «Rusia fue el país que más sufrió» porque entre 1941 y la victoria de 1945 «perdió no menos de 30 millones de hombres y mujeres, entre militares y civiles», tras lo cual mencionó el «exterminio» que regimientos alemanes llevaban a cabo en la retaguardia.

Incluso se llegaron a crear unidades militares que tenían como función el asesinato masivo -los «Einsatzgruppen»-, pero la decisión de matar a miles y miles de personas de distintos grupos de la población no fue exclusiva de esos escuadrones. Sobre esa práctica genocida el escritor Grossman llegó a decir que hubo dos Shoah (Holocausto, en hebreo), la perpetrada con el gas, en los campos de concentración, y otra mediante las balas.

Esto último fue lo que ocurrió a finales de septiembre luego de que los alemanes entraran a la capital de Ucrania, Kiev, ya que entre el 29 y el 30 de ese mes fueron asesinados 33.771 judíos -hombres, mujeres, niños, viejos- que residían en la ciudad, aunque en los días posteriores la masacre llegó a sumar 50.000: a todos ellos los ametrallaron en un paraje conocido como Bavi Yar.

Entre los miles de asesinados estaba casi toda la familia del abuelo de Osvaldo Gosman, argentino, nieto de ucranianos y doctor en Matemática, quien al referirse a la invasión alemana a la URSS mencionó rápidamente aquella matanza, en la que asesinaron a casi todos los suyos, salvo a una tía abuela y a la prima de su padre que trabajaban en una fábrica y que habían sido llevadas a los Urales.

«En lo personal, a mi familia, o sea a la familia de mi abuelo, los que habían quedado en Ucrania, los asesinaron a casi todos en Bavi Yar, un lugar muy cercano a Kiev que significa ‘hondonada de la bruja’ o algo así. Sólo se salvaron la hermana de mi abuelo y su hija porque los rusos, ante el avance de los nazis, habían trasladado toda la industria del país y con ellos se llevaban a los empleados», contó Gosman.

Sobre la guerra en el frente oriental, el matemático -que vivió catorce años en la ciudad de Praga, entre 1961 y 1975- destacó la resistencia del pueblo ruso pero también la persistencia y las innovaciones tecnológicas que adjudicó a la industria de la defensa soviética, ya que finalmente la URSS, analizó, «consiguió desarrollar armas superiores a las del Ejército alemán, como el tanque T-34 o los lanzacohetes Katiusha, que eran terribles».

«Después de ser derrotados en Kursk, que fue la batalla de tanques más grande en la historia de la humanidad, los alemanes pasaron a hablar de ‘la aplanadora soviética’, porque el avance ruso a partir de 1944 pasó a ser arrollador», repasó Gosman, quien nunca olvidó que cuando conoció Moscú por primera vez le llamó la atención que en los bailes las mujeres «bailaban entre ellas». «Todavía faltaban hombres», comentó sobre aquella experiencia, uno de los legados de la guerra.

Otro conocedor de la historia soviética, el historiador y periodista Hernando Kleimans, poseedor de lo que definió como «la biblioteca personal, en ruso, más importante que hay en la Argentina», se graduó en la Universidad Patrice Lumumba de Moscú, hoy conocida como Universidad Rusa de la Amistad de los Pueblos.

Y en diálogo con esta agencia, señaló: «La Gran Guerra Patria representa 27 millones de muertos, una tragedia que todavía hoy sigue rememorando el pueblo ruso, como lo demuestra que el día de la victoria, el 9 de mayo, en todas las ciudades y pueblos la principal manifestación es el desfile del Regimiento Inmortal, en el que millones de personas marchan portando los retratos de sus muertos o desaparecidos», indicó.

Luego relató una anécdota de cuando estudiaba en la facultad, donde tuvo un compañero que se llamaba Kolya -diminutivo de Nikolai- que un día se casó y lo invitó a la boda, y entonces le presentó a su familia: «Eran las niñeras del orfanato donde él había quedado después de la guerra, y eso me llevó a respetar y a preguntar más sobre cómo había hecho ese pueblo para vencer a la máquina infernal de los nazis», señaló.

Otro episodio en el que quedó en evidencia la escala de las pérdidas humanas ocurrió a mediados de los ’60, en una clase en la que convivían rusos y extranjeros. En un momento, el docente le preguntó a los alumnos nacidos en Rusia cuántos de ellos tenían algún familiar muerto durante la guerra: todos los que estaban en el aula lo tenían, recordó el historiador argentino.

«En mi primer viaje a Rusia, muchos moscovitas aún vivían en sótanos creados para la guerra, y cuando vos caminabas por la calle veías las ventanitas de esos sótanos, a ras de la vereda, y de ahí salía olor a comida, había cortinitas y macetas con flores», revivió Kleimans, quien al referirse al 80 aniversario del inicio de la guerra y la actuación de Josef Stalin frente a la invasión alemana respondió que entre los rusos «se reconocen todos los crímenes, errores y grandes arbitrariedades cometidas por el estalinismo» pero al mismo hay una actitud de «respeto» por cómo condujo la guerra.

«En los campos de concentración soviéticos deben haber pasado 5 o 6 millones de personas», agregó entonces, y en ese sentido puntualizó que «no fue sólo una persona, sino toda una franja de la dirigencia soviética que tenía como norma el autoritarismo, el terror y la represión».

Sin embargo, ese reconocimiento no impidió que tanto Kleimans como Gosman mencionaran aciertos en la dirección del país ante una invasión que representaba una situación límite, que amenazaba la continuidad de todo lo existente: para ello dijeron que el polémico acuerdo de paz firmado por los cancilleres Ribbentrop y Molotov en 1939 permitió a los soviéticos «ganar dos años» para intentar actualizar sus Fuerzas Armadas, ante las evidencias permanentes del «rearme alemán» en marcha.

Con la guerra ya desatada, resaltaron el aporte fundamental de los mariscales del Ejército Rojo, como «Zhukov, Rokossovski, Kónev y Vasilevski, impresionantes estrategas de la Segunda Guerra».

Un aspecto clave de lo que ocurrió entre 1941 y 1945 fue el sostenimiento de la producción industrial soviética pese al ataque alemán y, en ese sentido, la politóloga y maestranda en historia económica Mariana Gómez, especializada en Rusia, aportó números reveladores.

«El esfuerzo del pueblo soviético fue descomunal, pero además se recompuso la industria militar detrás del frente, a tal punto que entre 1940 y 1944 se cuadruplicó la producción de municiones y en 1944, mientras los norteamericanos construyeron 20500 tanques y los alemanes 27300, los rusos fabricaron 28963», detalló Gómez, quien citó datos de un trabajo del historiador económico Hugo Fazio Bengoa.

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