Breves reflexiones internas pos balotaje 2023 por Lucas Fiorini

Vayan unas primeras impresiones que me parecen importantes considerar desde el peronismo luego del balotaje. No pretenden agotar ninguno de los tópicos que aquí se enunciarán brevemente, pero sí vale expresarlos porque los venimos rumeando desde hace un tiempo y señalan cuestiones que debemos abordar. Pido disculpas anticipadas por la incomodidad que puedan generar, están manifestados desde la honestidad y la legitimidad de quienes hicimos todo lo posible para que gane el peronismo.

El peronismo respeta profundamente la democracia porque representa al pueblo y por tanto no va a ir contra sus decisiones; el peronismo escucha la voz del pueblo, sobre todo cuando le dan un cachetazo. Y no hablamos de abandonar principios y convicciones por alguna derrota o resultado adverso ni tirar todo por la borda, tampoco de darle un cheque en blanco a los que vienen o considerar todo lo mismo. Pero algo pasa cuando una parte sustancial de nuestro pueblo votó con contundencia posiciones tan explícitas. Más allá que no es poco lo que sacamos (45 puntos en este contexto de dificultades económicas, confusión conceptual y déficit comunicacional es mucho, muchísimo) algo hay de fondo, muy real, que no podemos ignorar (la única verdad es la realidad, acá también). Porque aun siendo cierto y no menor que los medios hegemónicos y las redes (anti)sociales financiadas por los titulares de los recursos e intereses concentrados nos jugaron en contra mal (como corresponde le suceda a nuestra causa por el posicionamiento que representamos), con todo el peso del discurso único emanado del poder económico, lleno del odio que ciega, inoculándolo de forma permanente, hay un caldo de cultivo que no se puede soslayar y que es el que permitió que penetrara con tanta fuerza e impunidad un discurso brutal, sin filtro, encarnado en un candidato que le hace honor a las barbaridades que plantea.

El quid entonces es: qué permite que entre tan contundente y masivamente un mensaje y propuesta política como la que triunfó.

Y el meollo hay que buscarlo en lo esencial: si el peronismo pierde su razón de ser no sirve, si no sirve al pueblo éste irá tras las propuestas servidas desde el otro lado.

¿Cuál es, por tanto, la razón que justifica y da sentido al peronismo? Esa es la pregunta.

La respuesta puede parecer demasiado grande, pero debe poder circunscribirse a algo central desde donde evaluemos el resto, ramas que se desprenderán del tronco principal que debemos cuidar: primero lo primero, esto es, distinguir y recuperar lo fundamental. El peronismo nace como expresión y defensa de las mayorías postergadas de la Argentina, dando las luchas necesarias y efectivas para su cuidado y desarrollo, sabiendo que esto implica conducir la nación y hacerse del poder suficiente para ejercer las políticas que sea preciso llevar adelante, con todos los argentinos adentro, sin sangre, sin divisiones innecesarias, respetando las idiosincrasias que nos caracterizan. Movilidad social ascendente, representación genuina y protagonismo de la clase trabajadora, comunidad organizada, gobernabilidad, soberanía y paz. En ese objetivo de defender los intereses de nuestro pueblo y permitir su realización, es ineludible fortalecer al País de quienes quieren aprovechar/explotar/saquear nuestros recursos (humanos y materiales) para enriquecerse a costa de nosotros. Una Argentina fuerte puede impedir las operaciones de quienes no les interesa el progreso y desarrollo integral de todos los argentinos porque sólo buscan expoliar para satisfacer a quienes no son nuestro pueblo. El peronismo es consciente que la política internacional es fundamental y que se juega dentro y fuera de los países, por eso tiene una mirada y concepción del mundo propia y no sometida a los mandatos de hegemonías e injerencias neocoloniales. El peronismo no somete ni se somete.

Esto es lo que resume nuestro famoso apotegma que reza que buscamos la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Patria. No es una frase vacía o un latiguillo. Es el sentido del movimiento nacional y popular, es el espejo permanente donde debemos mirar para saber si estamos haciendo las cosas bien. El objetivo es claro. Si caminamos en el rumbo que le da una respuesta positiva a nuestro leitmotiv vamos bien. Si no podemos responder acertadamente (y de manera concreta, tangible) estamos haciendo algo mal.

Parece obvio pero no lo es tanto: ni para adentro, pues muchas veces se pierde de vista en el movimiento cuál es nuestro eje, ni hacia afuera, pues los gobiernos no peronistas no velan por este objetivo que les parece pueril y por eso terminan haciendo/logrando lo contrario.

Pero vuelvo a nosotros, los peronistas. Si este norte no está claro, podemos perdernos en accesoriedades que no hagan a lo importante, y por tanto que no respondan a nuestra razón de ser o que la quieran cambiar. Creo que si esta cuestión está a la vista ayudará a ordenarnos. Porque la discusión de más (o menos) progresismo, nacionalismo, tradicionalismo, estatismo o liberalismo importa pero no es central, salvo que esos ismos quieran reemplazar al peronismo. Así, por ejemplo, que haya sectores “progres” en el movimiento no es un problema, siempre que los mismos no pretendan tener la exclusividad, limitar el movimiento ante los que provienen de otros lados o peor aún, redefinir el eje del movimiento estableciendo/agregando/reemplazando como parte esencial del mismo lo que son sus particulares postulados/prioridades/lecturas. Si nuestro claro norte que es la felicidad del Pueblo y la grandeza de la Patria y nuestras tres banderas de Soberanía Política, Independencia Económica y Justicia Social pasan a tener relativizaciones u olvidos por agregar al mismo nivel otros contenidos que diluyen o confunden lo medular o lo tergiversan o directamente es reescrito entonces terminamos cerrando, achicando, excluyendo y… derrapamos. No sólo lleva a enfrentamientos, divisiones innecesarias y cancelaciones sino también nos alejamos de las prioridades populares, y entonces compramos peleas ajenas y secundarias con respecto a la dura lucha política que impone nuestra representatividad y objetivos, debilitando así lo central, nuestra famosa razón de ser, y ergo, desvinculándonos del pueblo. Ya lo dijimos, si no somos fiel a nuestro quid, el pueblo no nos va a apoyar, porque nosotros no tenemos el viento a favor del que gozan los servidores del príncipe de este mundo (el poderoso señor Don Dinero), con lo cual nos es imposible mantenernos en la paja histórica. O peleamos por lo más importante (y difícil), que es servir a nuestro Pueblo y por él a nuestra Patria, o no servimos para nada. El peronismo no tiene espíritu de flato intrascendente. Y esto que ejemplifico con el progresismo ideológico es aplicable a todos y todas las expresiones que se identifican con el movimiento, las anteriormente mencionadas y las que enseguida surgen entre nosotros: menemistas, kirchneristas, desarrollistas, socialistas, capitalistas, católicos o lo que sea. La no armonía ni guardar la debida proporción (concepto determinante para el General) en la pluralidad que debe tener el movimiento nos han hecho mucho daño. Ni hablar cuando una parte se siente expresión exclusiva o superadora, y entonces expulsa, se cae en particularismos, arbitrariedades, sectarismos, círculos cerrados (también una advertencia/prevención insistente de Perón). De ahí a las divisiones y a las derrotas hay unos pocos pasos como la historia de forma recurrente nos lo demuestra.

Por tanto vuelta a las banderas y ejes centrales, evaluación de la tarea enfocada en los mismos, resultados palpables para nuestros conciudadanos, fuerza principal puesta en el avance de esas cuestiones medulares cuyo alcance no es sencillo, no permitirse infiltraciones ni divisiones que sólo le hacen el caldo gordo a los de afuera, amplitud para que todos estén adentro y hagan su aporte, equilibrio para que nadie se cebe más de la cuenta ni se considere exclusiva expresión del movimiento, valoración de todos en un espacio cuya fuerza principal es la representación de las mayorías (del número, por eso nadie sobra ni nos podemos dar el lujo de dividirnos innecesariamente) y prioridad en la organización que le da fuerza suficiente a la mayoría (al pueblo) frente al poder inmenso de las individualidades poderosas del dinero y al conservadurismo de los que concentran el poder y los recursos sin intención de compartirlos con justicia y amplitud.

Dos breves adendas: primera, sobre las minorías. El movimiento nacional, inspirado y definido por una visión y filosofía profundamente humanista y cristiana, no puede darle la espalda a las disidencias y minorías pospuestas. A ninguna, sin duda alguna. Tienen incluso una cierta preferencia de cuidado, porque tenemos una opción preferencial por los pobres y no seguimos de largo ante quien está tirado al costado del camino, ante los marginados, ante los excluidos, ante los despreciados, explotados o perseguidos. Esto está claro y no debemos olvidarlo nunca. Jamás expresaremos voces de desprecio hacia minorías y mayorías no poderosas. Es parte de nuestra razón de ser el cuidado, la contención, la promoción, la inclusión. Innegociable. Y merecen especial reconocimiento quienes a esto se dedican dejando jirones de vida. Pero tampoco podemos perder de vista dos cosas: que representamos a la mayoría, al pueblo, y que ese pueblo y mayorías tienen una idiosincrasia que también debemos valorar y cuidar. Más allá que las mayorías tienen que incluir a las minorías, cuidado con perder la representación del conjunto (del pueblo) por sólo expresar la voz de algunas minorías. Ojo con cambiar nuestras famosas banderas y ejes centrales por otras propias de minorías intensas que no se hicieron carne en la mayoría del pueblo, el cual puede tener otras prioridades o visiones… absolutamente válidas. Mucho respeto al pueblo, en especial por parte de aquellos que ejercen lugares de conducción y de los intelectuales que se consideran integrantes del movimiento. Este tema nos ha provocado parte importante del divorcio con los sectores populares de nuestro País (incluyendo los más empobrecidos) y también con demasiados que deberían identificarse con nosotros y terminan extrañados, alejándose (o peor, instrumentalizados enfrente).

La segunda disquisición: clases medias y Argentina. Evidentemente tenemos un problema con una parte sustancial de la clase media, real o autopercibida (lo cual a nuestro efecto es lo mismo, más en un País que tiene como una de sus características culturales el aspirar/considerarse integrante de esta clase). La tensión sociológica de clases no es algo que obviamente pueda abarcarse en dos palabras ni es objeto de esta breve reflexión, pero es claro que el peronismo debe darse una política de cara a este aspecto tan importante, y que estamos en problemas con esta cuestión: no lo soluciona saber que para nosotros existe una sola clase, la de los que trabajan, o que no propiciamos la lucha de clases sino la colaboración social, pues estamos ante un dato presente en la realidad y como tal hay que enfrentarlo para solucionarlo y superarlo. El movimiento nacional y popular, para llamarse plenamente así, debe representar y estar empapado de clase media. Esto obviamente implica valorizar y respetar un estilo y caracterizaciones propias de sus integrantes o de quienes clasemedieros se sienten, demasiados en nuestro País (lo cual es algo a celebrar). La aspiración de todo argentino (en especial de los que aún no la integran) por ser parte de la clase media (con todo lo que eso legítimamente representa) es entendible y encomiable. Por supuesto que aparecen dos cuestiones básicas que hay que decir: la primera es que esto requiere un aprecio profundo hacia lo nuestro por parte de una clase media que debe sentirse realizada desde la argentinidad y no desde un colonialismo mental que la hace vivir de espaldas a la Patria y despreciando lo nacional (incluyendo al propio pueblo argentino); la segunda (y de alguna forma vinculada) es que debe cultivar lazos de solidaridad hacia los demás (nadie se salva solo enseña e insiste Francisco), pues la suerte de la misma se juega en conjunto y su solidez debe ser estructural (acorde a lo que permite nuestro gran País). Por tanto, no es sano que todos anhelen dejar de ser de clase media para hacerse ricos como objetivo primordial de realización, pues de ahí a la disputa egoísta antisocial hay un paso, y ni hablar que esa solidaridad debe ser también hacia los argentinos que aún no han alcanzado el sueño de ser integrantes de la gran clase media consolidada a la que aspiramos, a los cuales hay que esperar incorporar (cuanto antes y con especial esfuerzo comunitario y estatal) y jamás posponer/marginar/alejar como compatriotas lejanos que nada tienen que ver con nosotros. Plantear este tema es difícil, pero hay que encararlo; no es ajeno a los objetivos centrales de nuestro movimiento: qué más quisiéramos que una Argentina consolidada y realizada por y en una clase trabajadora de clase media (trabajadores en un amplio sentido, y donde el esfuerzo de todos los que trabajan sea reconocido, en distintas gradaciones, pero cuya mensura primera es que ningún trabajador tenga ingresos insuficientes que lo dejen en situación de pobreza). Como magistralmente enseñaba y resumía Evita aspiramos “sencillamente” a que haya cada vez menos pobres y menos ricos. Medida perfecta. Esta frase a erizado la piel de muchos, lamentablemente: de ricos que les parece espeluznante “bajar” para ser parte de la clase media, de ricos que creen que nacieron predestinados para serlo más allá de la suerte de los demás, de quienes han acumulado obscenamente, y también de integrantes de clase media que en vez de sentirse orgullosos por la ampliación de la clase a la que pertenecen no se identifican con su clase (a la que no terminan de valorizar como se debe) sino con la alta, con la que proyectan y ambicionan, de la cual compran imposturas y desprecios y siguen prioridades e intereses aunque no sean los suyos, y que se horrorizan (desclasados al fin, que también los hay de clase media) ante el objetivo político tendiente a que se amplíen las clases medias achicando ambas puntas de la segmentación social. Perritos falderos de lo más rancio y egoísta de la sociedad, no tienen paz con ellos mismos ni con la comunidad y no aportan al Bien Común. El análisis socioeconómico, político e histórico enseña que esa frase de Evita es más acertada de lo que se piensa a priori y debería tenerse más presente, pues la posibilidad real de ampliación de las clases medias erradicando la pobreza va de la mano con la limitación efectiva de las injerencias y ambiciones desmedidas de los más pudientes que en su afán de acumular justifican y propician la aplicación de políticas (internas y externas) que socaban tanto a la clase media como baja transfiriendo indolentemente, sin miramientos y con fruición desmedida, recursos/ingresos hacia los sectores concentrados de la economía.

Toda esta cuestión obviamente no es fácil de abordar ni de trabajar, las resistencias (incluso los prejuicios, también los propios) son inmensas, pero es importante encararlo para avanzar estructuralmente en una política sostenida de desarrollo nacional conducida por el único que puede hacerlo con sentido social, fuerza suficiente y amplia efectividad. No implica obviar la lógica y válida identificación de nuestro movimiento con quienes más lo necesitan, que hoy son millones de argentinos (un 40% de la población está bajo la línea de pobreza): debemos encarnar por supuesto a este sector, en plenitud, con todo lo que eso implica, incluyendo sus elementos culturales simbólicos (naturalmente presentes al representar e integrarse por estos compatriotas), pero que hay que comprender que difieren de los elementos culturales simbólicos de la clase media. Esto implica un doble movimiento: de la clase media entendiendo que la ampliación y ascenso social requiere vinculaciones sociales que deben promoverse, respetarse, conocerse, valorarse, que el camino jamás será el desprecio, la ignorancia ni el desentenderse de la suerte de nuestros hermanos más necesitados, y obviamente será visto como un valor en sí mismo esa ampliación; por otro lado requiere que el movimiento nacional exprese también culturalmente a esa clase media, que la haga parte, que entienda que es una clase con un plexo sociocultural distinto al de los sectores más postergados. Por supuesto que está lleno de experiencias positivas propias de la interacción social que es necesario propiciar, pero tampoco puede dejar de verse esta cuestión identitaria a los efectos de ampliar efectivamente (incluyendo lo electoral) un movimiento que debe representar a la mayoría clara de los argentinos. Esta larga y difícil disquisición que aquí nos animamos a esbozar, que seguramente está insatisfactoriamente señalada y hasta puede generar alguna polémica no buscada, adquiere mayor sentido por los recientes resultados: no sólo hay una desconexión grande con la clase media cultural argentina, lo cual es distanciarnos con parte del alma argentina y eso no puede suceder en el movimiento que cuida a nuestro Pueblo y Patria, sino que el partido que históricamente representó a la clase media (con una visión parcial y estanca, es cierto, algo conservadora, que la hacía mirar demasiado hacia arriba y poco hacia abajo, pero plena de validez en su eje vector representativo histórico) que es la UCR, está perdido en un limbo: despreciado por la nueva coalición ganadora (LLA, demasiado “popular” y de derecha, más macrismo, ranciamente oligarca y aristocrático) el radicalismo resulta ser demasiado “gorila” en su conformación como para acercarse a un peronismo parcializado y para colmo poco movimientista/amplio. La integración del radicalismo puede ayudarnos/enriquecernos en este desafío, a efectos de no dividir el campo popular, que en la Argentina implica a las clases bajas y medias, y donde ambas necesitan de unidad para no ser devoradas por los de arriba y afuera (sin que por esto excluyamos integración también de sectores económicamente altos que representen a nuestra idiosincrasia económica y que se sientan profundamente argentinos y con suficiente sentido social como para trabajar por un País que saque adelante a todos sus compatriotas sin excepción y con universal solidaridad).

Por supuesto que quedan cuestiones centrales no abordadas (batalla comunicacional, creciente agresividad y violencia en contra, fragmentación social, discusión económica de fondo, inclusiones, revinculación con la DSI, crisis de representatividad, austeridad de los dirigentes y funcionarios públicos, reformulaciones institucionales, formación política y de gestión) pero en esta etapa de reconstrucción que arranca elegimos estos tópicos fundamentales que no deberían soslayarse. Las respuestas desde el movimiento se construyen colectivamente, requieren escucha y humildad, y en consecuencia no pretendemos revelar ninguna verdad indiscutible ni dar una solución mágica o absoluta, simplemente creemos que estos disparadores pueden aportar en la claridad de prioridades que requeriremos los cuadros con vocación pública ante los desafíos que vive nuestra querida Nación.

Lucas Fiorini.

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