«Las noches de Tefía»: la supervivencia en tiempos de represión franquista

(Por Victoria Ojam) El dramaturgo y realizador madrileño Miguel del Arco es el creador de «Las noches de Tefía», serie que ficcionaliza las experiencias de un grupo de prisioneros del campo de concentración franquista del título, donde la tortura y el abuso eran moneda corriente para la comunidad homosexual, y que busca «contemplar lo que sucedía en esa época y sobre qué están construidos los derechos que ahora tenemos, sobre todo en los tiempos que corren».

«Las extremas derechas suben y parece que les molestan estas cuestiones, que están construidas literalmente sobre la sangre de nuestros pioneros. Me parece que recordar de dónde venimos, explorar e investigar nuestros orígenes, nos ayuda radicalmente a saber hacia dónde queremos ir», afirmó Del Arco en diálogo con Télam y de cara al desenlace de la producción, que este domingo estrena el cuarto de sus seis episodios en la plataforma de streaming Atresplayer Premium.

Con un crudo contraste entre la violencia y el poder de la imaginación, la tira -que fue producida por la casa española Buendía Estudios- hilvana entre dos líneas temporales la historia de Airam Betancor (Marcos Ruiz y Jorge Perugorría), un exconvicto de la Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía, un campo ubicado en las Islas Canarias que el régimen del dictador Francisco Franco utilizaba para «reeducar» principalmente a las disidencias sexuales y a quienes consideraba vagabundos.

Ambientada en los 60, época en la que «se produce una paradoja cuando Franco intenta abrir las puertas para los turistas al mismo tiempo que sigue aplastando brutalmente a los propios españoles», la trama retrata las heridas todavía abiertas que esas casi cuatro décadas de persecución produjeron en esa sociedad. Mientras, y con un interesante juego teatral al servicio de la idea de supervivencia en un escenario signado por la represión, narra las escapatorias que el protagonista y sus compañeros hallaban, a escondidas, en relatos compartidos de un mundo en el que podían ser ellos mismos.

En charla con esta agencia, Del Arco -que además de su destacado trabajo teatral también fue guionista de la adaptación española de la tira argentina «Los exitosos Pells»- conversó sobre el detrás de escena de «Las noches de Tefía», cuyo elenco se completa con la participación de Patrick Criado, Miquel Fernández, Roberto Álamo, Luifer Rodríguez y Javier Ruesga, entre más.

Télam: ¿Cómo nació la idea de «Las noches de Tefía?

Miguel del Arco: Yo estaba desarrollando una historia que sucedía en otro campo, en el de Nanclares, y fue cuando vinieron a buscarme desde Buendía Estudios. Les planteé la historia, les gustó mucho, y ahí apareció una novela de Miguel Ángel Sosa Machín, «Viaje al centro de la infamia», que cuenta la historia real de Octavio García, uno de los pocos testimonios reales que tenemos de presos de ese momento, y me pareció que metafóricamente funcionaba mucho mejor, porque era un campo de concentración que ni siquiera necesitaba vallas, estaba en la mitad de un desierto, en una isla perdida en el mar.

T: Como plantea la serie, las huellas que dejó el franquismo en España todavía están muy presentes. ¿Cuán profundas fueron esas consecuencias?

MdA: Yo creo que la sociedad española ha avanzado de una forma asombrosa, estamos incluso a la cabeza en cuestiones legislativas, pero creo que tenemos la obligación de mirar atrás, nunca sentamos en el banquillo al dictador y a sus secuaces, y ha habido esta ley de silencio, esta ley de terror que se ha heredado y se ha instalado como un código de silencio. Hay un profundo desconocimiento de esta historia, una de las cosas que más me ha estado llamando la atención desde el estreno de «Las noches de Tefía» es la cantidad de gente que me dice «no tenía idea de que eso sucedía», parece que los campos de concentración eran una cuestión de la Guerra Civil, pero no.

T: ¿Qué función creés que pueden cumplir producciones como «Las noches de Tefía» a la hora de construir memoria?

MdA: Para mí es importante la perspectiva que arroja la memoria histórica, poder contemplar lo que sucedía en esa época y sobre qué están construidos los derechos que ahora tenemos, sobre todo en los tiempos que corren. No hay un ánimo revanchista, pero sí hay un ánimo de claridad, de decir «esto es lo que sucedió, no podemos despistarnos». Creo que hay que estar atentos, no estamos a salvo, y los derechos fundamentales hay que estar defendiéndolos de manera permanente.

T: En la serie se despliega un juego entre la puesta audiovisual y la teatral. ¿Cómo entrelazaste esos recursos de tu propia trayectoria en función de la narrativa y la estética?

MdA: Esos recursos están en mí, no sé si de una forma consciente, aunque desde luego en esta historia hay algo que conscientemente quería utilizar, porque uno de sus personajes es un director de teatro purgado por el régimen, y hace algo que el ser humano tiene de forma innata, porque así es el teatro en nosotros, es innato ese juego de relato en el que uno se pone delante de otro y dice «ahora soy el príncipe de Dinamarca» y el otro dice «sí, te creo, adelante, muéstrame qué te sucede». Ese juego de empatía que siempre nos lleva a ser mejores, porque es el entendimiento del otro, se da de una forma natural en el teatro. Y evidentemente es una historia profundamente audiovisual, y esa mezcla me parecía que tenía esa disposición de poder jugar y soñar con la poética que siempre tiene el teatro, que apela a la imaginación del espectador para que muchas veces complete los trazos que tú le vas mostrando. Me gustaba mucho que esa poética estuviera incluida dentro de ese realismo que el audiovisual demanda, ese puesto de verosimilitud.

T: ¿Qué repercusión está generando esta propuesta? ¿Qué te dejó la experiencia?

MdA: El feedback está siendo maravilloso, hay muchísima emoción en todos los mensajes que me llegan, de gente que no conozco y se siente impelida a escribirme y a compartir conmigo sus sentimientos después de ver los capítulos. Una compañera me preguntaba por qué no había hecho un documental, y yo creo que siempre la ficción es una línea emocional que nos ayuda a trabajar la empatía, a ponernos en el lugar del otro, y en «Las noches de Tefía» hay unos actores absolutamente asombrosos, que ponen los pelos de punta a la hora de contar esas historias, que llegan de una manera directa. Y me ha entusiasmado no haber tenido líneas editoriales. No en las ideas, si no me hubiera marchado y hubiera seguido haciendo teatro con mi compañía, pero tampoco en lo técnico, en este momento en el que hay una producción brutal, aunque muchas veces siento que todo se hace con una plantilla. Aquí ha habido una gran escucha, he tenido grandes discusiones en algunos momentos por defender un punto de vista, pero siempre fue desde el más profundo respeto.

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