Respaldado en un sistema electoral indirecto, el modelo estadounidense garantiza la reproducción de una minoría en el poder, con acceso e influencia a la toma de decisión, aunque no esté ocupando cargos en la esfera política formal.
Las elecciones en Estados Unidos no constituyen únicamente una prueba para la gestión de Trump: ¿le restará votos su mala gestión de la pandemia, el modo en que impulsó la polarización política, su retórica despectiva y agresiva y su afán por mostrar el músculo en cada negociación? Las encuestas dicen que sí, pero habrá que esperar al resultado final.
No obstante, en una visión panorámica, estas elecciones también ponen a prueba la democracia estadounidense como modelo. Más allá de la disputa Demócratas vs. Republicanos, en los últimos meses han cobrado mayor evidencia que nunca algunas características del sistema político estadounidense y los límites de su democracia para representar y atender las necesidades de las mayorías. Un sistema político que permite que por el solo hecho de ser millonario, se pueda postular a una elección, y ganarla, por el modo en que se gestiona el financiamiento de campaña. Sistema en el que son pocos los “outsiders” de la política, y muchos más los que forman parte de una dinámica de puerta giratoria en la que se pasa del directorio de una gran empresa a cargos de jerarquía en el Departamento de Estado, Defensa, Casa Blanca, y al revés: del gobierno a la cúspide de una corporación transnacional. Esto garantiza la reproducción de una minoría en el poder, con acceso e influencia a la toma de decisión, aunque no esté ocupando cargos en la esfera política formal. El mejor ejemplo es el lobby empresarial en las puertas del Congreso.
Esta reproducción se respalda en un sistema electoral indirecto: la gente no elige a los integrantes del Poder Ejecutivo, sino que elige a aquellos que los votarán. Así, el candidato que gana por voto popular, puede que no coincida con el elegido por el Colegio Electoral. No se trata únicamente de un procedimiento anticuado. Fue pensado, desde los inicios de la democracia estadounidense, para garantizar el poder de decisión de los propietarios frente a las clases populares. Y esto persiste, y se materializa en los candidatos en pugna y sus trayectorias ¿Los intereses de quiénes intentarán resguardar Biden o Trump y sus partidarios en el Congreso?
La tendencia a la reproducción de una élite en el poder se hace evidente no solo en las paupérrimas condiciones de atención de salud, exacerbadas por la pandemia. También se percibe en la escasez de empleos dignos, en un acceso a la educación cada vez más selectivo y en la marginación de enormes sectores de la población que padecen la perpetuación del capitalismo neoliberal en el corazón de una potencia imperial en decadencia.
¿Es este un modelo de democracia a seguir? ¿una democracia formal cuestionada y sin sustancia? ¿una democracia sin justicia social?.
Por Silvina Romano, Dra. en Ciencia Política, miembro del Consejo Ejecutivo del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag) e investigadora del Conicet.
Debe estar conectado para enviar un comentario.