Mauricio Macri decidió explayarse sobre sus visiones el lunes 12 de octubre en el programa nocturno de Joaquín Morales Solá. Habló de casi todo, pero fundamentalmente fue un regreso al centro del ring. No era su primera aparición mediática, pero sí resultó clave por lo amplio del espectro de opiniones.
Un líder que se precie de tal nunca se baja del ring. Esto es lo que quiso mostrar el ex presidente. Después, cuán bien se ejerce ese liderazgo es otro tema. Es un tema muy difícil porque puede implicar despedirse de por vida del premio mayor, para ganar capacidad de maniobra e influencia. Así lo hizo Alfonsín, a quien pocos le auguraban un lugar tan destacado después de entregar el gobierno 6 meses antes de tiempo y con una inflación record a nivel mundial. Pero las vueltas de la vida y su gran astucia lo convirtieron en un prócer.
Macri encabezó el primer gobierno no peronista que termina su mandato en tiempo desde 1928 o desde 1946, según el parámetro que se quiera tomar. Eso es un mérito, porque como dijo su principal adversaria, “no fue magia”. A la larga, las cosas no se explican solo por la casualidad. Algo se hizo correctamente. Lo que no pudo Macri es terminar bien económicamente, y sobre todo eso lo hizo perder.
Mucho se habla, y con razón, de la necesidad de hacer autocrítica pública (porque la privada seguramente la debe estar haciendo). Por qué hace falta? Porque si uno cultivó estructuralmente la imagen del hombre común, falible, que rechaza ser un semi dios, significa no solo que uno se puede equivocar, sino que antagoniza con la actitud de soberbia. En ese punto, Macri hizo hasta acá poca y tardía autocrítica. Veamos.
Aquel lunes 12 de octubre fundamentalmente marcó tres errores:
- No haber comunicado la herencia recibida, cosa que muchos le reclamaron sistemáticamente.
- Respecto a que su gobierno perdió la impronta con los violentos sucesos del Congreso cuando se aprobó la reforma jubilatoria, luego de haber ganado con comodidad la elección de medio término.
- La tercera fue una crítica disfrazada de autocrítica cuando se arrepintió de haber delegado en Monzón, Frigerio y compañía el diálogo con el peronismo, fundamentalmente con los gobernadores.
Perón advertía que “si solo hacemos política con los buenos” el peronismo sería un partidito. Más allá de lo que cada uno piense respecto a quiénes son los buenos, lo cierto es para construir un movimiento político de masas con vocación de poder y conducirlo, habrá que contener una serie de heterogeneidades que no le causan mucha gracia al líder. El fundador del peronismo en su máximo esplendor, en algún momento entre 1946 y 1949, le dijo a quién era en ese momento gobernador de la provincia de Santa Fe: “yo, siendo Perón, todos los días me tengo que tragar un sapo”. Imagínense el resto del espectro político…
Por eso es que, desde el punto de vista de la realpolitik suena curioso que alguien que quiera mantener su rol de líder –después de haber perdido una elección presidencial- se dé el lujo de criticar a un ala de su partido públicamente, cuando se supone que necesita a todos para volver al máximo cargo, o al menos para ser el conductor indiscutido.
Cuando se va a la guerra, el comandante en jefe los necesita a todos, aún a los que considera ineptos o malparidos. A cada uno le debe encontrar su rol para que den la vida por él, y luego hará todo lo posible por exterminar a los que detesta. Porque la venganza es un plato que se come frio.
Ir a dar la batalla contra Cristina y compañía en inferioridad de condiciones luce un poco temerario, salvo que el comandante en jefe tenga una infinita confianza en sus posibilidades. Siempre se debe recordar que la política es un complejo laberinto lleno de sinsabores. Como dice mi colega Mauricio De Vengoechea, uno de los mejores que he conocido en mi vida: la política es un gran juego de oportunidades.
John Fitzgerald Kennedy, a quien muchos admiramos por varias razones, ganó la primaria presidencial demócrata gracias a los tejes y manejes de su padre haciendo acuerdos con la mafia. No todo es color de rosas.
Volviendo al título de esta columna, inspirado en un tango de Gardel y Le Peral:
“Me dijo humilde, si me perdonás,
el tiempo viejo otra vez vendrá,
la primavera de nuestra vida,
verás que todo nos sonreirá”.
Fuente: 7miradas
Debe estar conectado para enviar un comentario.