Muchachos! por Carlos Fara

Existen varios tipos de muchachos en la Argentina. Obvio se nos vienen a la mente los muchachos peronistas. También estaban “los muchachos de antes no usaban gomina”, “adiós muchachos” de Gardel, o “los muchachos de mi barrio” de Palito Ortega. Pero en estas últimas semanas todos fueron claramente desplazados por los “Muchachos” del tema de La Mosca, con lo cual ahora nuestro país tiene dos himnos: el de López y Planes y el del grupo musical que entronizó a la selección hasta el próximo Mundial.

Los Muchachos –con mayúscula- son el nuevo parámetro de la sociedad. No solo porque hayan triunfado, sino porque son lo que la mayoría social quiera que sea la Argentina: tenaces, profesionales, humildes, con garra, planificados, serios, que juegan en equipo y que tiran todos para el mismo lado. En los últimos meses era común en los estudios de opinión pública que los entrevistados querían que el país se pareciese a Messi por esos atributos mencionados. Esa identificación, más allá del éxito deportivo, es lo que hizo que se movilizaran 4 ó 5 millones de personas para saludarlos, que en un punto es como saludarse a sí mismos.

La selección le mostró a la sociedad que el esfuerzo y la disciplina (o sea, el mérito) rinden y tienen su premio, a la corta o la larga. Por eso, de toda la letra de La Mosca, quizá lo que más impacte sea “nos volvimos a ilusionar”. ¿A ilusionar con qué? ¿Con el equipo? Desde ya. Pero en realidad el punto es que los argentinos y argentinas se volvieron a ilusionar con ellos mismos, porque de la política claramente poco esperan.

En los grupos focales realizados esta misma semana no visualizamos un cambio de ánimo respecto al país. Los mismos sentimientos de los últimos meses siguen estando sobre la mesa: angustia, impotencia, bronca, desesperación. ¿Pero entonces cómo le impactó a la sociedad el triunfo deportivo? “Fue un día de alegría sin pensar en la economía”, “despejar un rato la mente”, “tirar todos para el mismo lado”, “la unión, no estaba dividido como en la política”, “éramos un solo país”. Casi les faltó decir que sin la política estaríamos mejor, porque lo que no cambió fue la perspectiva sobre el futuro del país: “la gente se olvida pronto”, “Argentina no va a cambiar”, “va a ser proceso largo para salir de la situación”, “hay mucho para arreglar”. En definitiva, lo deportivo y la alegría colectiva transitan por un carril distinto del derrotero del país.

Un triunfo deportivo en el principal deporte de masas y en la cúspide de la competencia global, iban a generar un sentimiento de felicidad temporal enorme. Pero hay un ingrediente adicional a la lógica alegría individual, que es la satisfacción porque también se viva una dicha colectiva. Es decir, la buenaventura de todos bajo una misma consigna es un rasgo que potencia la que siente cada uno en forma personal.

Cuatro o más millones de personas en paz bajo una misma consigna también muestra el desagrado que despierta la grieta, como lo hemos comentado en esta columna muchas veces, o a la inversa, lo que conmueve la unidad. Algún lector o lectora me podrán decir legítimamente: “Pero qué vivo! Cuando se trata de la selección campeona todos íbamos estar unidos”. Es verdad. Pero acá hay varios puntos por señalar que muestran dónde está la opinión pública:

  1. La movilización más grande de la historia argentina, sin duda (el tamaño sí importa), teniendo en cuenta que a priori había un circuito a recorrer o un punto de encuentro.
  2. Mucha gente en cualquier circunstancia y con alto fervor, puede ser el caldo de cultivo de que algo termine mal, una “puerta 12” o algo parecido. Pero casi nada de eso pasó, salvó los hechos aislados que todos conocemos.
  3. La gran mayoría de los 4 millones de personas que esperaban saludar a la selección se vieron frustradas por la imposibilidad física. Sin embargo, la reacción masiva fue de alegría y comprensión con los jugadores en los helicópteros luego de muchas horas de trajinar.
  4. Se comentó mucho la desorganización o falta de previsión, que si fue un papelón, etc. Obvio que todo el operativo fue fallido, como estamos bastante acostumbrados en la Argentina. Lo cierto es que la alegría desbordante percibida en la calle hizo que nadie se preocupase mucho por una organización fracasada. Capítulo aparte es la saga de si iban o no a Casa Rosada, los cambios de trayectoria sobre la marcha, etc.

¿Qué significa todo esto? 1) Cuando la sociedad se siente agradecida a quienes muestran los atributos deseados, los detalles negativos pasan de largo (de los cuales los jugadores no eran los responsables, claramente). 2) Cuando los liderazgos transmiten calma, la mayoría social no se enerva por deporte. Luego, claro está, los conflictos producen reacciones. Sería tonto pensar que el clima del martes va a ser el permanente. El punto es si queremos vivir de forma agresiva los conflictos o no.

Seguro no somos los maravillosos del martes solamente. También somos conflictivos, irreverentes ante todo tipo de autoridad, reacios a apegarnos a las reglas, cuestionadores hasta el infinito, propensos a los excesos. Sin embargo, el punto es que no somos una sola cosa. También somos los que nos movilizamos en el final de la dictadura y la llegada de la democracia. Los que llenamos plazas en Semana Santa del ’87. Los que repudiamos el atentado a la AMIA en el ’94. O los que saludamos a los subcampeones en 2014 como si hubiesen traído la copa a casa.

Scaloni, Messi y compañía muestran que la historia se empieza a escribir de vuelta todos los días. Que una serie de derrotas sin fin siempre se pueden revertir. Que todos podemos cambiar para mejor. Que lo inesperado acontece. Que tenemos con qué. Que no somos geniales, ni un desastre. Que no estamos condenados al éxito, ni tampoco al fracaso.

La frase que ha calado hondo y se ha viralizado hasta el infinito ha sido la de De Paul: “Más que nunca TODOS JUNTOS”. No nos olvidemos que esos 23 jugadores y el equipo técnico nacieron acá y también podemos ser nosotros. ¡Feliz Navidad!

Carlos Fara, analista y consultor político.

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